Los valores en la educación y el deporte 

Por José Ramón Gómez Cabezas

 

Desde hace unos cuantos años, treinta, quizás más, vivimos una época de cambios muy importante. El mundo, la sociedad, parecen evolucionar a una velocidad de crucero a la que el contexto familiar y sobre todo el escolar les cuesta mucho trabajo adaptarse.

Formar a una persona y prepararla para enfrentarse a la sociedad del momento requiere, no sólo de recursos diversos y estrategias actualizadas, sino también de una actitud personal de innovación permanente.

La escuela, la familia, los educadores, los entrenadores de deporte base, los centros formativos en general, necesitan, sin duda, principios y valores tan básicos como clásicos que transmitir, la importancia el esfuerzo, el respeto, los fundamentos de la libertad, la seguridad en uno mismo, la tolerancia y la asertividad, principios fundamentales que les ayudarán a construir unos pilares sobre los que edificar sus propios valores de futuro, pero no debemos olvidar que la solidez de esos mismos fundamentos no se debilita lo más mínimo si se les dota de la suficiente flexibilidad como para no creerse valores únicos, no pierden un ápice de fortaleza, más bien al contrario, si se les vertebra en la tolerancia y la comprensión básica del enriquecimiento personal, cultural y universal de poder contemplar e incorporar otras perspectivas.

El razonamiento único es peligroso, cualquier fundamentalismo enciega. Es pura reiteración, pero merece la pena insistir. Los principios, valores, fundamentos, se enriquecen, como la buena cocina cuando los aderezas con otros elementos y los padres y profesores debemos prepararnos para ello, sin unir del dilema, del conflicto, incluso del enfrentamiento, nada más lejos de la realidad, si actuamos así alimentamos rencillas, tensiones que lejos de resolverse se acrecentarán aún más.

Seamos valientes e innovadores y apostemos por la inteligencia emocional para enriquecer nuestras vidas y las vidas de nuestros aprendices de todo o casi todo. Enseñémonos y enseñémosles a verbalizar nuestras emociones antes de lanzar nuestro insulto, nuestro puño. Démosle una oportunidad al vómito de emociones negativas  que pueden corroer las relaciones con los demás y con uno mismo.

Las familias, la escuela, los centros deportivos y formativos, no podemos mirar a otro lado ante la realidad dura y escabrosa del día a día de los noticieros.  Debemos integrarla dentro de nuestros procesos educativos, evidentemente siempre desde el diálogo y el respeto a la dignidad que todos tenemos como personas.

En la raíz de la intolerancia está el miedo, la baja autoestima, al fin y al cabo, la inseguridad. Combatámoslos trabajando desde todos los ámbitos teniendo muy claro que en las veinticuatro horas del día en las que sin duda seré referente y modelo de alguien, mis hijos, mis alumnos, mis pupilos, harán lo que yo haga y no lo que yo diga. Gran responsabilidad por tanto la que tenemos todos, absolutamente todos.